miércoles, 26 de junio de 2013

De un reloj de arena

Lo doloroso de los recuerdos perdidos no recae en olvidarnos de golpe de las cosas, sino en irlas olvidando de a pedacitos; es encontrarse una mañana con el café en la mano y no recordar cómo se bebe, es acostarse a dormir junto a la mujer amada y a mitad de la noche saberse tan solo, con un vacío por dentro que no se llena más que con frustración y angustia, porque es eso, es encontrarnos en el camino pero no saber nuestro destino y es allí cuando gana la muerte, quizá, un poco mas rápido que de costumbre. 

jueves, 6 de junio de 2013

Armadillos

Hoy comencé a ver armadillos. En la entrada de mi casa. Al doblar la esquina. Escondidos entre las rocas junto a las plantas que riega cada mañana mi mamá. Al principio pensé que me perseguían: de la nada, uno de ellos se enroscaba con un sonido metálico y rodaba hasta pasar entre mis piernas para después seguir su camino tan tranquilo, volviendo al jardín y convirtiéndose nuevamente en piedra. Yo, que hace un par de semanas confundí los ventiladores de la escuela con colibrís, ya no me asusto como antes. Ahora hasta duermo con un montón de baterías a mi lado, esperando que en mitad de la noche les de por convertirse en luciérnagas o estrellas y me dejen ver el cielo en el techo de mi casa. Si me leyeran sin conocerme, dirían que soy una niña de siete u ocho años, pero no; la siguiente semana cumpliré 53 y espero con todas mis ansias que las velitas del pastel se conviertan en cohetes para tener un cumpleaños por todo lo alto. 

Todos los hombres son otro hombre

No somos solo uno. Mucho menos somos todos a la misma vez. Todos los hombres son otro hombre. Somos un solo hombre únicamente en la muerte, pues es con ella, y solo con ella, que nos reunimos con la otra cara de la moneda. Aquella mitad del alma que por designios del tiempo, fue a parar a otros pulmones y otro corazón. Somos la dicotomia perfecta. 

Así, un millonario bigotón que tose por última vez en su gran lecho, le heredará, sin saberlo, todo su dinero a un pobre lustrabotas que al día siguiente ganará la lotería y sentirá brillar en sus dos ojos de ternero, un trozo de alma más que la suya. 

Es una lástima para mí, pobre hombre de letras, darme cuenta de esto al mismo tiempo que encuentro una renegrida pero autentica foto de Borges y siento en sus ojos cansados y calculadores, la misma mirada de mi padre, que yo por desgracia, no heredé nunca.