Corrió deprisa, tropezando entre zancadas con rocas y graba del pavimento viejo y apenas iluminado de la vía. Recordaba apenas las indicaciones (una farola roja en la esquina, calle 4ta y un taller en la otra esquina) y entre la agitación y el pánico solo le estiró la mano al primer carro que vio. Tomó otro autobús con la mayor rapidez que pudo. No quería volver nunca más a ese lugar, y mucho menos tener que encontrarse de nuevo con...
Pasó por encima de las grietas entre barras metálicas del piso mugriento, ligeramente tocando con asco la mano grasienta y peluda del conductor. Se tiró en el asiento rojo de cuero forrado en plástico de la última fila a la derecha y descorrió la vieja cortina para ver por la ventana; en otros tiempos, quizá mejores, ese destartalado bus había servido para hacer largos viajes. Irónico, pensó en que precisamente eso era lo que él quería. Respiro profundamente varias veces, tomándose todo el tiempo posible, y sintiendo como sus parpados apenas se despegaban entre sí. Se quedó dormido completamente. Al despertar, somnoliento y aun preocupado, descendió del autobús en la que supuso sería la última parada. Allí lo esperaba una farola roja, y en el taller subían la cortina de hierro para comenzar a trabajar.