sábado, 29 de septiembre de 2012

Infinitum


El pequeño Bruno había armado más rompecabezas que cualquiera de su barrio. Odiaba los rompecabezas. Su padre los amaba. Aún así, el pequeño Bruno ostentaba el récord entre sus compañeros de colegio, entre sus primos y tíos,  incluso, le ganaba a cualquiera de los compañeros de trabajo de su padre en la empresa de ingenieros civiles. 

Los rompecabezas eran de todos los tamaños: Desde diminutos de tan solo cuatro piezas, hasta gigantescos rompecabezas que con sus miles de piezas cubrían todo el suelo de madera. 

Uno a uno, pieza por pieza, armó todos los rompecabezas sin descanso durante años. Se desgastó la espalda, sintió la presión del suelo de madera contra sus rodillas y la mirada penetrante de su padre en la nuca. Su padre lo vigiló día tras día. El pequeño Bruno siguió armando rompecabezas, incluso, cuando los niños de su barrio jugaban fuera, bateando  pelotas de baseball o corriendo imparables, con los mechones de cabello al sol del verano o con la brisa del invierno pasándose entre éstos. Siguió allí, acompañado únicamente de una infatigable luz amarilla que le mostraba, sin cesar,  los manchones a juntar entre pieza y pieza. 

Un día, su padre murió. 

El único recuerdo que le quedó de él, al pequeño Bruno, fue una vieja y amarilla regla que reposaba encima de las cajas donde su padre guardaba los rompecabezas  terminados. Aquel día, el pequeño Bruno tomó la regla y la fracturó a la mitad sin remordimientos. Usó toda la fuerza que lograron sus pequeñas manos. Manos, que desde ese momento en adelante, pasarían a sostener brochas y pinceles, paletas y lienzos. Nunca más rompecabezas. 

Bruno creció en la misma medida que creció el frenesí por su nuevo arte. Pintó un cuadro tras otro. Devoró a brochazos todo lienzo que llegó a sus manos. Retrató, mediante manchas, cada imagen que se le pasó por la mente, y uno tras otro, fue acumulando sus cuadros en la misma habitación donde antes hacía rompecabezas. Los acomodó por tamaño, los organizó por color uno al lado del otro hasta alinearlos de manera tan precisa que logró formar una bella, esplendorosa y exacta imagen grupal. Terminó su ultimo rompecabezas. 

domingo, 23 de septiembre de 2012

Cuatro Calles al Sur


Si a esta hora ya estuviera borracho, como cada sábado a medianoche, esto no estuviera pasando. No tendría, entonces, esa maldita sensación de asco creciendo en el estomago y anidándose tercamente en mi boca, dejando un sabor amargo del que fácil me desharía con un poco de licor. Quizá cerveza, quizá ron, quizá whiskey, no, whiskey no, me da pesadez, me deja peor que ahora mismo. Además, para conseguir un poco de buen whiskey, tendría que caminar cuatro calles al sur de este mugroso apartamento. Tendría que sonreirles a esos policías que hacen como si nada lo vieran, vigilan todo y aun así, siguen sin ver nada. Por eso no me verían pasar con una bolsa negra en la mano, y dentro, bien sujeta, una pequeña, pequeñísima botella de..¿qué era?. Esos policías tampoco verían pasar a las putas que si me vigilan a mi, que me gritan con la mirada desde la esquina opuesta y que por suerte, alguna vez, logran recordarme una cintura fina y apetecible, más abajo de aquellos anchos hombros y justo por encima de tacones apretados en tobillos que no sirven para eso, y quizá, tampoco para mucho más. 

Hace poco una de ellas me sonrió y yo

Enredos

Ven y dame un beso en la punta de los labios. Ven y tomame de las mejillas y mirame y hazme sentir perdido entre tus ires y venires, entre tus mares y el olor a pasto de tus manos, el olor a una tarde mirando el cielo y diciendo sandeces, dejandonos llevar por todo aquello que desconocemos, pero que se antoja tan sutil, tan ligero y fugaz y nos deja entrever juntos. Ven y besame en la punta de los labios y dejame hacerte sentir el calor de mis notas. Ven y toca las grietas en mi vientre mientras yo sonrio con los labios pegados a ti, a la musica, a un café, a ti sonriente enlazandome la muñeca con tus mares, con la espumita de tus palabras y la sonrisa de tus ojos. Ven, besame y hazme sentir que al fin me abrazaras, y me diras al oido cositas tan dulces que puede que algun día por primera vez te pida un beso.