viernes, 29 de noviembre de 2013

Matusalén, mi padre.

Son poco más de las doce y yo me pregunto por mi padre. Hace días que no lo veo. Hace meses que no hablamos más de una hora. Hace años que no vive junto a mí. Hace casi una vida que comienzo a perder recuerdos sobre él. 

Me quedan unos pocos: Una noche en el parque del perro. Un restaurante, Tales y tales, las luces de colores iluminando el sitio que casi está en penumbra y mi padre sentado enfrente de mí. Casi ha muerto unos meses antes y ahora sonríe y me recuerda, una vez más, las anécdotas de la familia. 

Un día, cuando supo que me gustaba narrar historias, me dijo

-¡Yo quiero ser como la abuela de García Márquez!

Y esa noche, mientras comemos hamburguesas y papas fritas, me va narrando poco a poco la historia de la familia y algunas anécdotas de su propia vida. Siento que así puedo conocerle, aunque sea un poco. Es extraño. Sé más sobre su adolescencia y juventud que sobre su adultez, sobre su etapa siendo padre. Siendo mi padre.

De él no heredé aquellos ojos azules con verde. Tampoco su bigote. De resto, siempre me dicen que soy igualito. 

De pequeño, un día en una tienda de ropa en el centro, una señora sudorosa que nos atendía a mí mama y a mí, escuchó atenta cuando doña Gloria le dijo: "Busque un señor idéntico al niño. Mírelo, mírelo bien y vaya busque al señor. Se parecen hasta en el caminado, vaya y búsquelo." Minutos después, regresó con mi papá. Para mí que él quería escaparse del calor y de mi mamá, pero no contaba con que junto a ella habría una versión miniatura de sí mismo. Lo compadezco. Entre mi mamá, comprar ropa, el calor y el centro, yo también habría tratado de escapar.

Creo que por eso  eran tan frecuentes nuestros viajes al Lago Calima. Los dos detestamos el calor. Él, pereirano, se acostumbró a las mañanas frías y al viento, inexistente en esta Cali que solo siente la brisa en San Antonio, o en el centro a las famosas cinco de la tarde. Y yo, buen heredero de sus genes, no soporto sudar todo el día. Así que nos escapábamos los dos hacia el Lago, en aquel Ford Fiesta plateado. Me recostaba a lo largo del asiento trasero, mirando el techo, y le preguntaba centenares de cosas a mí papá, que con paciencia matusalenica, respondía una a una a las preguntas. Yo juraba que mi papá lo sabía todo. Podía preguntarle sobre cualquier cosa: de aviones, de barcos, de fútbol, de cómo funcionaba un motor o por qué las hojas se caían en las películas y aquí donde vivíamos no. Mi papá respondía a todo. Me tomó un buen tiempo darme cuenta de la verdad.

domingo, 24 de noviembre de 2013

Cuencas

Cuando te mueres de sueño, la vida cambia. Estás en plena estación del bus, con los ojos a medio cerrar y la boca demasiado abierta de bostezo en bostezo, cuando de golpe te das cuenta que todos a tu alrededor te miran. Giras, giras, vuelves a girar y siguen mirándote. Todos con los ojos encima de ti. Parpadeas una, dos, tres veces. Nadie te mira. Tienes los ojos cansados, cada parpadeo es más largo y solo te despiertan las puertas pesadas y ruidosas del bus al abrirse. Te traga, como una gran ballena azul y tú, tan cómodo, te dejas caer en la silla. Evitas de nuevo pensar. No quieres pensar. Tu cabeza se relaja, tu cuerpo cede en uno de los asientos y de nuevo, con el mismo golpe de antes, el bus se llena y son centenares de ojos mirándote. Las lenguas mojan los labios, los dientes brillan o se esconden, y los ojos, los ojos allí, sin salir de encima tuyo, casi puedes sentirlos parpadear. Te frotas tus propios ojos, casi con el temor de sentir las cuencas vacías, como si te los hubieran usurpado en medio de algún parpadeo. Te recuestas un poco más, sientes el aire frio pegándote en la cara y dices que todo es por culpa del sueño. Cierras los ojos, los parpados caen. Los abres. Estás treinta estaciones más adelante. No te has movido, no ha pasado el tiempo, pero el sueño gana. Te frotas los ojos, pero solo sientes un par de cuencas vacías. Las puertas del bus se abren y mientras te bajas, un tipo entra bostezando. Tú lo miras.

Nada bueno ocurre después de las 2:00Am

Bueno, no sé, es la primera vez que intentaré esto (a decir verdad es el segundo comienzo, porque la primer vez no quiso escribir esta vaina. Designios del destino que me indican que no escriba pendejadas. Jodanse.), pero pues tengo que comenzar a escribir, al menos sea una especie de diario, cada día, cada noche o cada cuando pueda, que tiene y debería ser, al menos cada 24 horas.

Ahora, aprovechando un poco que dormí como marmota durante 5 horas de una "siestica", puedo trasnochar y disfrutar del puto calor nocturno de mi cuarto y de la tos de Jaime, en la habitación de al lado, cada dos o tres minutos. Así cuento el tiempo. Son más de las dos de la mañana. 

Pienso en varias cosas: Primero, en la dichosa carta que tengo que escribir. Mercedes, no me olvides. Estas letras son lo único que queda de mí. Todo lo demás es niebla.....Nunca mejor dicho, porque solo tengo eso, ese comienzo y lo demás...por ahí. No se aclara, no se enfoca, no se distingue y yo tampoco es que haya hecho mucho esfuerzo por distinguirlo. Caprichosa  forma de escribir la mía. Si tengo que esforzarme no escribo. Todo por designios, todo por fuerzas superiores. Ni que fuera Cortázar para creer que hay un ente superior que me dicta al oído las ideas y yo soy solo un simple mortal que ejerce de traductor entre ese mundo platónico y este mundo de...-no sé, agregue aquí su ser detestado del momento. Si usted es facho, diga una cosa, si es mamerto otra, si es religioso no diga nada, haga el favor-. Y de nuevo, pendejadas que escribo pensando que me van a leer. Que un día alguien llegará y dirá "Ah! seguro quedan otras obras maestras escondidas en algún rincón de esa mini pc que él tanto usaba" (que por cierto, entre el puto cargador roto y las uñas largas que tengo, apenas si puedo escribir. Me devuelvo cada dos palabras a corregir algo y seguro ya se me han colado un par de e-ratas.) Pero no, esta vaina la leeré solo yo, o quizá un par de personas más, que soporten mi mamadera de gallo y que me quieran al menos lo suficiente para terminar leyendo una vez más, las pendejadas que escribo. Pero me gusta, a fin de cuentas, me gusta escribir. Así no me lea nadie. Puedo seguir viviendo en ese mundo idílico en donde soy más famoso que Luis Miguel y de mejor manera, es decir, que yo, en ese mundo claro, si tengo talento. No, la bikina, vikina, viquina, biquina, NO. En fin, traumas que se me escapan de tanto en tanto.

Hago un esfuerzo (sí, ya) por poner las ideas en orden y siempre termino yéndome por los laditos, como escapándole a lo que debería escribir, que es más difícil que esta pendejada de ahora, pero que seguramente me dará más frutos (o mejores, como le guste más. Largo o ancho, usted verá).Además, necesito poner en orden las ideas para poder que esto sea legible luego, cuando me despierte mañana, o pasado, o en un mes si sigo durmiendo como marmota, y pueda retomar algunas cosas de este textico. Quizá sea el inicio por primera, quinta, décimo tercera vez de la bitácora para la novela.

Tengo que dejar de saltar de tema en tema. Es divertido y me hace escribir más y más, pero sigo sin decir nada interesante, y mis lectores  ¿qué? A este paso que voy, ya ni me seguirán, ya no tendré lectores. Pobre Aura, ella siempre termina leyendo lo que escribo. O al menos hace la mímica de que lo lee. En todo caso, siempre le mando más cosas. No sé ni cómo me aguanta. Yo mismo a veces no me....Nah, siempre me aguanto, es divertido ser yo. Como le decía hoy a Anny: siempre término burlándome de la gente. Si no, ¿qué tendría? Tengo que reírme de esta vida. De mí incluso me rio constantemente. De otro modo no me quedaría más que una amargura, algo que ni escribiendo podría exorcizar. Campo tenía razón: hay personas que quieren ser dramas, pero solo logran escribir comedia. Otras que mueren por ser thriller, pero terminan en novelones mexicanos. Cada quien que se gane la papita como pueda.

Un fragmento de Benedetti, en vista de la conjugación que acabo de hacer y en honor a Campo y su "si a usted le gusta Benedetti, asúmalo, usted es un cursi":

"me jode confesarlo
porque lo cierto es que hoy en día
pocos
quieren ser tango
la natural tendencia
es a ser rumba o mambo o chachachá
o merengue o bolero o tal vez casino
en último caso valsecito o milonga
pasodoble jamás."

Yo, mientras tanto, trataré de evitar ser un payaso y me pondré manos a la obra con Mercedes y su cuentico.

Mercedes, no me olvides. Todo lo que queda de mí serán estas letras. Lo demás es niebla. No me olvides. Hace apenas un par de días, el doctor Salgado me ha dicho que padezco de Alzheimer y yo, como una niña pequeña, me he aferrado a mis recuerdos como si se tratara de una manta o un peluche. Mercedes, no nos queda nada más. Nadie nos visita. Nos han ingresado a este lugar podrido, donde ni siquiera puedes bailar un poco. Mucho menos leer lo que tanto nos gusta. Aquí no entran ni Ricardo ni Javi, y a Juana hace años que no la vemos.....

No, no tiene el tono dramático que busco. Ese tono de desespero ante la inminente pérdida. Esa manera quebrada de hablar, esa congoja que se escapa en cada palabra y que tratamos de esconder cuando sabemos que no queda mucho tiempo, que dentro de poco cada uno de nuestros recuerdos se irá por la ventana, se verterá en cada taza de café y desaparecerá en las madrugadas. No podemos hacer nada, y eso es lo que más nos asusta. Con desespero, nos aferramos a cada momento vivido. Ya no nos importa si se trata de un recuerdo doloroso o no, con tal de recordar, incluso pensamos en el lecho de muerte de nuestra madre. Con tal de recordar, no nos importa sentir una punzada en el pecho, quedarnos sin respiración por un instante para luego abrir la boca y casi que gritar "Aún recuerdo." Pero es solo una ilusión pasajera. Sabemos que poco a poco, quizá hasta sin darnos cuenta, los recuerdos se irán. Y sabes que tienes miedo, Mercedes, que tenemos miedo, y que por eso me escribo a mí misma. Total, ya nada nos queda, solo estas letras, todo lo demás es niebla.


Mercedes, no me olvides. Todo lo que queda de mí son estas letras. Lo demás es niebla. Mercedes, no me olvides. Aunque tu voz se quiebre, aunque te cueste respirar y encuentres consuelo en el olvido, no te dejes llevar. No me pierdas, no me abandones. Recuerda las tardes en las que mamá me enseñaba a bailar. Y cómo conociste a Ricardo un día, recuerda el olor a cuero de su chaqueta. Recuerda el dolor de tus tres hijos al nacer. No te olvides de mí, ni de ellos, de Javi, de Juana, de Marcelo. Mercedes, aunque duela, aunque sientas agujas en el corazón, sigue recordando. No te dejes llevar. Mercedes, poco a poco, sin remedio alguno, iremos perdiéndonos. No tengas miedo, como lo tengo yo ahora.

miércoles, 26 de junio de 2013

De un reloj de arena

Lo doloroso de los recuerdos perdidos no recae en olvidarnos de golpe de las cosas, sino en irlas olvidando de a pedacitos; es encontrarse una mañana con el café en la mano y no recordar cómo se bebe, es acostarse a dormir junto a la mujer amada y a mitad de la noche saberse tan solo, con un vacío por dentro que no se llena más que con frustración y angustia, porque es eso, es encontrarnos en el camino pero no saber nuestro destino y es allí cuando gana la muerte, quizá, un poco mas rápido que de costumbre. 

jueves, 6 de junio de 2013

Armadillos

Hoy comencé a ver armadillos. En la entrada de mi casa. Al doblar la esquina. Escondidos entre las rocas junto a las plantas que riega cada mañana mi mamá. Al principio pensé que me perseguían: de la nada, uno de ellos se enroscaba con un sonido metálico y rodaba hasta pasar entre mis piernas para después seguir su camino tan tranquilo, volviendo al jardín y convirtiéndose nuevamente en piedra. Yo, que hace un par de semanas confundí los ventiladores de la escuela con colibrís, ya no me asusto como antes. Ahora hasta duermo con un montón de baterías a mi lado, esperando que en mitad de la noche les de por convertirse en luciérnagas o estrellas y me dejen ver el cielo en el techo de mi casa. Si me leyeran sin conocerme, dirían que soy una niña de siete u ocho años, pero no; la siguiente semana cumpliré 53 y espero con todas mis ansias que las velitas del pastel se conviertan en cohetes para tener un cumpleaños por todo lo alto. 

Todos los hombres son otro hombre

No somos solo uno. Mucho menos somos todos a la misma vez. Todos los hombres son otro hombre. Somos un solo hombre únicamente en la muerte, pues es con ella, y solo con ella, que nos reunimos con la otra cara de la moneda. Aquella mitad del alma que por designios del tiempo, fue a parar a otros pulmones y otro corazón. Somos la dicotomia perfecta. 

Así, un millonario bigotón que tose por última vez en su gran lecho, le heredará, sin saberlo, todo su dinero a un pobre lustrabotas que al día siguiente ganará la lotería y sentirá brillar en sus dos ojos de ternero, un trozo de alma más que la suya. 

Es una lástima para mí, pobre hombre de letras, darme cuenta de esto al mismo tiempo que encuentro una renegrida pero autentica foto de Borges y siento en sus ojos cansados y calculadores, la misma mirada de mi padre, que yo por desgracia, no heredé nunca.  

lunes, 20 de mayo de 2013

Mariajuana


En la noche a Mariajuana le sirvieron un trozo de su tarta favorita. Saboreó las tres leches incluso antes de hincar el tenedor en el pastel y silbó de alegría. Era su doceavo cumpleaños y no había nada qué le gustara más que el postre. A excepción de ver los pájaros. 

Cada mañana, sentada como siempre junto a la ventana, Mariajuana veía las torcazas volar sobre los arboles. Veía las palomas planear en busca de comida, como ratas que salían de todas partes hasta dar con el suelo en manada. Mariajuana les lanzaba chitos. Le gustaba ver cómo se acercaban a la ventana algunas veces, cuando medio escondía tras la cortina, y todo el tiempo sentada,  estiraba una pequeña mano y depositaba el chito en el marco de madera. 

La mañana de su cumpleaños, Mariajuana metió la mano a la bolsa de chitos y la encontró vacía. Los pájaros ya volaban sobre los árboles en ese momento. Mariajuana no supo qué hacer. Se asomó por la ventana, usando toda la fuerza de sus manos y volvió a caer sentada en la silla de ruedas al ver una bandada de pájaros acercarse en pleno vuelo.

El grito que lanzó solo fue contenido por la cortina que, a empujones, cerraba lo más pronto posible. Pero fue en vano. Los pájaros, picotazo a picotazo, exigían los chitos de cada día. Primero, solo rasguñaban la cortina, pero luego los ciento de picotazos comenzaron a rasgarla y Mariajuana, indefensa, vio cómo un par de garras y picos traspasaban hasta adentrarse en su cuarto. Luego, todo fue un mar de plumas y una sinfonía de picotazos.

En la noche, al silbar, Mariajuana dibujó una sonrisa en sus labios amoratados y picados y luego se calló de golpe, temiendo que los pájaros reclamaran una vez más su comida. A algunos, dice Mariajuana, les gusta el postre de las tres leches. 

Todo cerró

Dejé de escribir cuando no pude sorprenderme con mis propias palabras. Qué caso tenía poner en frases mundanas aquellas ideas que antes se habían pasado por mi mente. En la buena literatura no había otro fin que el de descubrir, como un cazador, aquella presa escurridiza que con cada palabra estaba más y más cerca. 

En ese momento tomé una decisión sencilla: volvería a mi adicción a los libros viejos.

Pocos días después me encontré a mi mismo en una librería de viejo en el centro de Cali, acosado por un montón de arrugas andantes que querían venderme la última edición de Once Minutos, una novelusca brasileña que, según el viejito, era el libro más vendido desde hacía tres semanas que había llegado en un cargamento nuevo de libros. Me costó casi once minutos librarme del bulto de arrugas y otros siete encontrar, en una esquina, una pequeña y empolvada colección de libros que me interesaba.

Tomé un par y me senté en el suelo con la espalda reposada contra las páginas en los estante tras de mí y durante horas leí sin descanso. A eso de las siete de la noche, el viejo volvió con el ceño más fruncido que nunca y casi me sacó a patadas, diciendo que no compraba nada y lo único que hacía era sentarme a leer gratis. Me metí la mano a un bolsillo, con todo el animo de lanzarle un billete a la cara, pero lo único que escapó de mis dedos después fue una cajas de chicles y arena. 

Resoplé sin mirar al viejo y me largué. 

Al otro día, sin dejar que terminaran de abrir, entré a la vieja librería. Le entregué un billete de dos mil pesos al tipo que atendía antes de que llegara el viejo y me fui a sentar al fondo, de nuevo con mis libros. Leí y leí de nuevo, sin detenerme esta vez. Mi cuerpo, antes que mi mente, recordó cómo se sentía poder pasar páginas tras página. En un momento leía sobre el desdoblamiento en un ejemplar de tapa dura y negra y al siguiente en un libro de bolsillo, una teoría literaria que parecía tan sencilla como eficaz: "Al escribir no se plasman ideas, se exorcizan demonios."

Seguí leyendo. Sentía que había algo allí que valía la pena conocer a fondo.

A las seis, sin mirar, supe que aquel anciano fastidioso había vuelto quién sabe de dónde y tuve que largarme. Me quedé sentado fuera de la librería, contra una pared amarilla y sucia. Los vendedores ambulantes me miraban mientras guardaban sus tiendas. Todo cerró. A las nueve solamente quedaba yo. Me recosté en el suelo y esperé. En algún momento debería salir el viejo con su ayudante y yo podría volver a entrar. Las diez, las once. Desesperado y hambriento, me levanté y le di un golpe a la puerta de metal. Retumbó duramente y escuché voces en la otra esquina, pero detrás de aquella puerta no se movían ni las hormigas. 

Las doce. Decidí que ya no tenía caso y me fui de allí. 

En la cama, antes de dormirme, recordé por qué había dejado de escribir. Luego, mientras se me cerraban los ojos, pude ver una silueta rectangular y negra que me llamaba sin voz, como si pudiera simplemente implantarse como un torrente en mis pensamientos. Dormí profundamente. 

Al otro día, dejé de ir nuevamente a trabajar. Comí lo más que pude y salí temprano por las calles de San Antonio hasta llegar al bullicio central. Me topé esta vez con una puerta de vidrio, que quizá siempre había estado allí, detrás del metal y seguí de largo sin prestar atención a nadie a mi alrededor. Miré en la esquina de siempre, pero no encontré lo que buscaba. Metí las manos entre las hojas amarillentas, pase caratula por caratula, primero con muchísimo cuidado, pero luego con más violencia, agazapado para alcanzar los libros que quedaban casi rozando el suelo. Al final, me arrodillé exhausto, jadeando y frustrado. Reposé la frente contra la estantería y cerré los ojos. A mi izquierda, con pasos arrastrados, aquel viejo se acercaba a mí. Con el rabillo del ojo vi entonces, entre las manos huesudas, la caratula negra que buscaba. El viejo, con una sonrisa ladeada, me mostró el libro y seguido se sentó, entre crujidos, como yo lo había hecho el primer día en la librería. Abrió el libro mientras yo le observaba en silencio y pasó página tras página hasta encontrar una pequeña cita que leyó en voz alta. Era, sin dudarlo, una pequeña oración en algún idioma antiguo. Al terminar, únicamente me miró y dejó el libro a mí lado. Lo tomé sin prisas, estirando los dedos para sentir cada segundo la caratula negra y supe que luego de leerlo, mi mente se fraccionaría en dos, en cuatro, quizá en diez, pero por fin podría volver a escribir, quizá, un relato como este. 

martes, 7 de mayo de 2013


Más allá del Humanismo


No puede haber un título más acertado que "El futuro (ya) es lo que era", si queremos hablar sobre Ciencia Ficción y Tecnociencia. Y es que, como lo plantea José Luis Molinuevo en Humanismo y nuevas tecnologías, las tecnociencias han permitido volver realidad aquello que, años atrás, solo se imaginaba en películas de Ciencia Ficción.

Molinuevo habla de la segunda creación, quizá en términos similares a los que expone Paula Sibilia en su libro El hombrepostorgánico; Molinuevo dice que la segunda creación se refiere a las creaciones humanas y a las transformaciones del hombre mismo por obra de las tecnologías. Es decir, procesos fáusticos y prometeicos que se enmarcan en una sociedad que avanza descomunalmente hacia lo que podría ser una nueva forma de vivir, el llamado Trashumanismo. Sin embargo, Molinuevo va más allá que Sibilia y expone dudas acerca de este "Trashumanismo". Habla, al igual que Teresa Aguilar, en Ontología Cyborg, de procesos en los que los hombres traspasen el límite de la corporalidad biológica y se conviertan en seres de mera información. Aguilar, habla de una actualización del concepto filosófico de dualidad entre cuerpo y alma. Además de proponer la llamada Self-transformation, que sería, en pocas palabras, la capacidad de dirigir, guiar y motivar la autoevolución con fines definidos. No obstante, cabe aclarar que los autores no se refieren únicamente a procesos en los que se intervenga directamente a los seres humanos, sino también de creaciones, como dice Molinuevo, In Silicio. Nuevas formas de "vida", creaciones con inteligencia artificial que, más allá de procesos lógicos y racionales, también experimentan y conocen los sentimientos.

Esto plantea, nuevamente, los problemas de ética sobre la posición de creador equiparado a un Dios. La posición del hombre como creador de vida. Lo dice Molinuevo en un apartado de su texto Humanismo y nuevas tecnologías: "Detrás de la aparente ligereza de estos planteamientos de Sloterdijk laten unos problemas que se repiten desde hace siglos, como son la relación entre un dios perfecto y una creación imperfecta y la responsabilidad moral del creador. Que pasan ahora a la creación de seres artificiales/naturales por parte del ser humano."

Existen, pues, dos posiciones (en términos generales) frente a estos avances tecnocientificos y los problemas éticos que surgen de los mismos. Por una parte, se encuentran quienes consideran el fin de la humanidad como un problema; que ven el futuro lleno de creaciones dotadas de IA muy parecido a lo exhibido en la película Matrix. Aquellos partidarios de este posicionamiento encuentran en los avances mencionados la muerte de la humanidad, una desnaturalización de los procesos como se los conoce hasta la actualidad, quizá. Mientras que por otra parte se encuentran quienes, como Margaret Boden, encuentran en dichos avances tecnocientificos una nueva forma de humanidad, una posthumanidad que, según dice, siendo citada por Molinuevo, nos ayude a rehumanizarnos, puesto que nos encontraríamos frente a frente a unos seres capaces de hacernos reflexionar sobre nuestras propias vidas.

Teresa Aguilar expone en Ontología Cyborg la Declaración Trashumanista del World Trashumanist Association en la que, en siete apartados, se plantea la posición de este grupo frente a las nuevas tecnologías, las tecnociencias de fines fáusticos y la llamada Trashumanidad (que Molinuevo llama por su parte Posthumanidad). En algunos apartados, por ejemplo, se expone el deseo de los Trashumanistas de que no se bloquee el avance tecnocientifico a causa de fobias y miedos, pero que tampoco se llegue a avances que terminen con extinguir la vida inteligente sobre el planeta.

Lo dice Aguilar: "El trashumanismo se plantea un ser trascendental, abstracto, puro, para lo cual no necesita de un anclaje humano de tipo orgánico, sino que más bien éste se resuelve en impedimento para la existencia postbiológica, por lo que se hace necesario su supresión. El ser es así trascendentalmente tecnológico". Algo muy similar a lo propuesto por Tom Maddox en su cuento Ojos de Serpiente, en donde un ser llamado El Aleph (sin dejar de lado  a Borges y su Aleph que permite conocer y ver cada punto del universo), es el conocedor de todo aquello que le rodea. Desde sentimientos hasta sensaciones. Este Aleph de Maddox no es definido como máquina, pero tampoco como humano.  Es, quizá, la conformación de algo que va más allá y que autores como Molinuevo y Aguilar dejan vislumbrar. Es una existencia post(tras)humana.


martes, 23 de abril de 2013

¿Con qué sentimientos se maquilla un payaso?

Cuando los truenos retumbaron imponentes sobre su cabeza, a Henry se le pasó por la mente un pensamiento que lo atormentaba siempre que salía del circo. Llevaba 23 años siendo payaso y vivía entre tantas sonrisas y maquillajes, que había olvidado por completo cómo se lloraba. Mientras recordaba aquello, Clarisse a su lado sacó un viejo paraguas amarillo. Henry logró atraparla con la mirada en el cielo gris, antes de que ella girara levemente el rostro y él volviera a clavar su vista en el pavimento del puente, esquivando cualquier contacto.
-¿Por qué sigues aquí, a mí lado?-le preguntó luego de unos cuantos pasos llenos de duda.-Porque si me voy no volveré a verte nunca más.
-Entonces... ¿seguiré viéndote?
-A veces las lágrimas me impiden verte-sentenció ella.

En ese momento, el cielo rompió la gruesa capa de nubes y las miles de gotas comenzaron a inundar de a poco cada parte del puente. Algunas cayeron sobre el asfalto, otras rebotaron encima del paraguas de Clarisse y las últimas acertaron de lleno en el rostro de Henry, haciendo que el maquillaje se removiera y corriera por sus mejillas.

Premios y mamuts.

-¿Al fin qué, ganaron o perdieron?
-Nada.
-¿Nada qué, guevón?
-Pues que nada, que llegamos allá, echamos un ojo y nos confiamos. Lo único que vimos fue un man grandote con una chaqueta que lo hacía ver como un mamut y a una pelaita flaquita en un vestido verde.
-¿y? Nada que me respondés.
-Si pillás, vas entendiendo, nada, nada. Dame uno de esos cigarros.
-Deja de mamar gallo. Minimo es por eso que no respondés, porque perdieron por andar mamando gallo.
-Ya que no me diste el cigarro, entonces pásame el telefono. Ya el Tronco debería haber llegado. No te sentés ahí, pásame el telefono.
-¿Pa qué? Ese man ni debe estar en la casa. Más bien decime, ¿ganaron o no?
-¿Aló, Tronco? ¿no? Ah, buenas mija. ¿Hace rato salió o qué? Gracias, si sabe algo le dice que lo estoy buscando. Si, sí, el mismo, le dice que lo estamos esperando.
-Qué mania la ese man de andar sin celular. Y la tuya de joder tanto la vida. A ver, entonces qué, ¿ganaron o no?
-Andá abrí, parece que ya llegó este man. Ahora si podemos largarnos. Y pa que dejés de joder, el texto decía: "Un niño y una niña de 11 años hablando en un bus: -Mirá, eso que está se ve allá parece un elefante convirtiendose en culebra. -Yo no veo nada -¿Ya tan rápido se te murió la imaginación?"


-Ya, mano, qué pena la demora. Flaco, ¿bien o qué? Tirate un garro, que está haciendo frio. Esta puta ciudad sigue sin gustarme y ya llevo aquí un par de meses.
-Tomá.
-Guevón, a él si le das ¿no?
-Vos no jodas, que no me has respondido un culo. ¿El mamut o el vestido?
-Ya no importa.
-Claro que importa imbécil, ¿a quién crees que tenemos seguir hoy?
-¿Mamut o vestido? Ya se les corrió la teja.
-Sí, parce, así de simple. O nos llevamos el premio gordo, o nos morimos de hambre. Pero a alguien perseguimos.
-AHhh el milloncito. Yo si decía que tenian que estar hablando de vainas importantes y no mamando gallo.
-¿Si pillás? Hasta el Tronco sabe que andás mamando gallo. Perdieron, ¿no? Desembuchá rápido mientras este man se termina de fumar eso y nos vamos.
-Nojodas. Ya te dije. Nada. Ni mierda. Ni elefante ni culebra ni mamut. Ni siquiera vestidito. Lo que hay es plata. Un millón de pesos. Ganamos. Es lo unico que importa. Nada más. Nada.