lunes, 20 de mayo de 2013

Mariajuana


En la noche a Mariajuana le sirvieron un trozo de su tarta favorita. Saboreó las tres leches incluso antes de hincar el tenedor en el pastel y silbó de alegría. Era su doceavo cumpleaños y no había nada qué le gustara más que el postre. A excepción de ver los pájaros. 

Cada mañana, sentada como siempre junto a la ventana, Mariajuana veía las torcazas volar sobre los arboles. Veía las palomas planear en busca de comida, como ratas que salían de todas partes hasta dar con el suelo en manada. Mariajuana les lanzaba chitos. Le gustaba ver cómo se acercaban a la ventana algunas veces, cuando medio escondía tras la cortina, y todo el tiempo sentada,  estiraba una pequeña mano y depositaba el chito en el marco de madera. 

La mañana de su cumpleaños, Mariajuana metió la mano a la bolsa de chitos y la encontró vacía. Los pájaros ya volaban sobre los árboles en ese momento. Mariajuana no supo qué hacer. Se asomó por la ventana, usando toda la fuerza de sus manos y volvió a caer sentada en la silla de ruedas al ver una bandada de pájaros acercarse en pleno vuelo.

El grito que lanzó solo fue contenido por la cortina que, a empujones, cerraba lo más pronto posible. Pero fue en vano. Los pájaros, picotazo a picotazo, exigían los chitos de cada día. Primero, solo rasguñaban la cortina, pero luego los ciento de picotazos comenzaron a rasgarla y Mariajuana, indefensa, vio cómo un par de garras y picos traspasaban hasta adentrarse en su cuarto. Luego, todo fue un mar de plumas y una sinfonía de picotazos.

En la noche, al silbar, Mariajuana dibujó una sonrisa en sus labios amoratados y picados y luego se calló de golpe, temiendo que los pájaros reclamaran una vez más su comida. A algunos, dice Mariajuana, les gusta el postre de las tres leches. 

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