lunes, 3 de octubre de 2011

Cuento en cuatro (3)

Entre salto y salto.

Cada día me pisoteaban sin compasión, me lanzaban rocas, me caían encima, haciéndome sentir ese tacto suavecito que tanto repudiaba. Ya estaba harta. No los soportaba más.
Recuerdo que un día uno de esos mugrosos salió al patio; yo estaba ahí, como siempre. De lejos me vio, y con una sonrisa maquiavélica caminó hasta mí. Yo me quedé inmóvil. Sus pasos, la vibración de esos zapatos de suela me enloquecía. Era un día de esos en que nada está caliente, y él, saltando de nuevo, como esos pequeños demonios que saltan la cuerda, me pisoteaba de un lado a otro. No lo soporté más.
En este instante, en el mismo instante en que comencé a llorar, las gotas de lluvia se unieron a mí. Con un torrente amazónico, sin precedentes y de esos que inundan hasta los pent-house, desaparecí. Por fin fui libre. Por fin terminó mi tormento de rayuela.

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