Hoy
me he levantado más liviano que anoche. No sé, me ha subido un cosquilleo desde
la punta de los pies, hasta instalarse en mi nuca. Y de pronto me ha dado por
reírme a todo taco, justo como uno de esos viajeros intergalácticos de
pacotilla que pasan en la tv los domingos en la mañana. Quizá hasta me convertí
en uno de ellos. No sé. Liviano, pero no libre.
Siempre
he pensado que la liviandad está relacionada con la libertad, bueno, lo pensaba
más bien hasta hoy en la mañana cuando desperté más ligero, pero no más libre.
En la sala, casi sobre el recibidor y frente al espejo del pasillo, un cuerpo
descansa con la cabeza gacha, las mismas ropas de ayer, y con la espalda
desgarrada. Lo sé, no lo he visto hoy, pero sé que está allí. Yo soy su
verdugo.
Lleva
mi misma sangre, por fuera y por dentro. A él ya no le duele, a mí tampoco. El
cuchillo clavado justo sobre el hígado sigue casi intacto. Apenas unas gotas
más de sangre hubieran dañado el mango, manchándolo con el carmesí de la
muerte. Pero no, sus manos reposan a los lados, quizá como prueba de mi crimen.
No pudo defenderse, y creo, ahora lo creo que no quiso. Desde tiempo atrás
conocía su destino
Comenzó
fastidiándome al poner ese espejo con marco de madera justo en toda la entrada.
"Un regalo que me hicieron", fue lo que dijo el día que lo instaló.
El mismo día de su llegada a este apartamento. Y de ahí en adelante siempre me
molestaba tener que pasar por ahí, y darme cuenta de mi cara arrugada por la
quemadura. Un rostro que lograba atraer las miradas fuera donde fuera. Alguna
vez leí un cuento de Benedetti sobre los feos y me di cuenta que hasta ese feo,
con aquella marca tan parecida a la mía, era capaz de encontrar a alguien que
lo viera y sintiera por dentro, pero yo, bueno...Yo no.
Llegué
a acostumbrarme a ser observado como tal atracción de circo cuando caminaba por
la calle. Escuchaba algunas risas burlonas de adolescentes estúpidos y sentía
miradas de temor de parte de los niños y sus mamás asustadas. A veces me
gustaba ese miedo. Pero ese espejo, como detesté el día en que me vi a la luz
del sol en él, parecía gritarme cada vez que entraba.
De
entre la bruma inmensa de rencor, y muy de a poco, los delirios comenzaban a
escaparse para plantarse frente a mí. Sombras extrañas recorrían mi habitación:
rostros, miles de ellos empezaron a invadirme, se reían con muecas burlonas y
los ojos completamente negros, no sabría decir que tan humanos eran, no sabía
si yo lo era, así pasaba una noche tras la otra mientras yo sólo quería que me
dejaran en paz, que no me siguieran atormentando.
Con
tal oscuridad, las voces se apoderaban de todo. Se me cerraban los ojos
mientras los labios se fruncían en curvas que mostraban cada sensación dentro
de mí. La decisión estaba tomada: Debía matarle.
Sentí
como el cuchillo pasó por dentro de las entrañas. Desgarrando una y otra vez la
carne, como si estuviera en medio de una carnicería, como cuando las vísceras
salen de entre los pliegues de piel y se desparraman en el suelo sucio. Todo
fue únicamente presenciado únicamente por aquel ente con marco de madera. Solo
él vio como hundía el cuchillo dentro de mi propio cuerpo, y únicamente él se
enteró cuando mi locura llegó a su límite y no pude resistir más la tentación
de volverme tan puro, tan limpio y sin costras ni marcas que me atormentaran.
No sé, a veces me d a la sensación de que el viento me lleva a tiempos que no
son los míos. Y de tanto en tanto, la brisa se cuela por debajo de la puerta,
soplando hasta encontrarse con un cuerpo que yace en el suelo, con la cabeza
gacha y un cuchillo rebanandolo.
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